jueves, 15 de diciembre de 2011

El Enemigo en Casa

¿Cómo puede él odiarnos tanto? Supongo que no somos lo que él quería. Bueno, yo tampoco quise nunca un padre alcohólico.
Cuántas veces lo he oído decir que daría su vida para que yo no muriera. Completa mentira. Daría su muerte, no su vida, porque eso no implica alguna responsabilidad. Que me ama, que soy a quien más quiere, que siempre quiso un hijo… Mentira tras mentira. Cada día que está ebrio siento cómo muero un día antes. Cuántas veces me prometió que no volvería a tomar… Es increíble cuánto cambia cuando se emborracha.
No siento bien al hacer lo que no quiero sólo para llevarle la contraria, pero no hacerlo es aun peor. Pelear con él no arregla nada. Hablar con él, tampoco.  Tratarlo con amor o con odio, el resultado es siempre el mismo. Su único amor es una botella.
Es desgastante la vida con él. En cinco minutos creo haber vivido cinco años en miseria. Aunque tengo sólo veinticuatro, creo haberme vuelto más viejo que él mismo.
Dice que su padre también era alcohólico, ¿qué no aprendió la lección? ¿O acaso es una más de sus mentiras? ¿No recuerda el dolor, el sufrimiento, la tortura de ver a su madre maltratada? ¿No recuerda a su padre hacer el ridículo día tras día, una y otra vez sin cansancio? ¿Y qué hay peor para un niño que ver a su padre derrumbado, vencido por la bebida, golpeado por gente más débil que él físicamente, pero moralmente superior?
Creo que todo lo que nos daña es por salvarse. Los ahogados patean y rasguñan a cualquiera cerca de ellos. Los enterrados vivos gritan, golpean, lloran y maldicen en su desesperación. Yo lo veo ahogarse cada día en una botella de tequila o de cerveza. Y yo… Bueno, creo que yo soy el enterrado vivo. Lo que muchos ignoran es que a veces los ahogados ahogan a otros por salvarse, aunque mueren de todas maneras. Lo oigo drogarse cuando su embriaguez no es suficiente. Supongo que los enfermos terminales también necesitan anestesia. Me cuenta sus historias de logros y triunfos en la vida tratando de hacernos creer que su vida no es tan miserable. Dios, ¿cómo puede alguien mentir tanto? Y en sus logros reales lo he visto fracasar uno tras otro por culpa del alcohol. ¿Por qué cuando no está ebrio, que se supone está en sus cinco sentidos, no se siente tan grande, tan valiente y triunfador? Quizá porque así conoce sus limitaciones.
Dice que también él odiaba a su padre y peleaba contra él. Dios, ¿me iré a convertir en alguien así? Espero que no, pero la vida me está orillando más y más hasta que vagamente me parezco a él. Dios… Lo debo detener.
Convertirme en un alcohólico no sería tan malo si no tuviera a una familia a quién dañar o alguna esposa a quién ofender, pero la esperanza de tener una esposa y formar mi propia familia ya la he perdido por completo.
Pero aun así trato de ver lo positivo de las cosas. Cuando se embriaga e insulta a mi madre, me siento bien mientras él me ofende. Es como si recibiera las balas por ella. Siempre la insulta con su diabetes y su trabajo, igual que un niño enojado… Es sólo que los niños no tienen maldad. Le dice que tiene una amante que lo trata bien y que lo ama, que es más bella y no una gorda diabética. Siempre me echa en cara lo inútil de mis esfuerzos por ayudar en la casa, fingiendo ser el gran proveedor que mantiene una familia y que puede comprarse lo que quiera; nos grita a todos, diciéndonos fracasados sin darse cuenta de que él con su alcoholismo es el gran perdedor, perpetuando su estúpida megalomanía en las frases que ya hemos oído hasta el cansancio: No eres nadie, tú no existes…
Recuerdo que cuando era niño solía decir que yo jamás tomaría, que nunca me emborracharía y que jamás sería como él. Ahora todo ha cambiado. Mi vida ha fracasado, mis estudios se perdieron y la única falla que encuentro en todo esto es él. Buenos cimientos hacen una buena casa, ¿pero qué clase de cimientos se podrían esperar de alguien que no se ama ni a sí mismo? Cada trago ha hecho de nuestros cimientos arena movediza.
No sabe cuánto nos ha dañado a todos, y seguro se pregunta por qué nos alejamos tanto de él, pero decírselo una vez más como muchas otras veces seguro no haría alguna diferencia. Todavía diría que no es su culpa. Otra vez preferiría culpar a todos los demás, siempre aclamando que esta es su casa y que él hace lo que quiere, pero cuando se acepta ser jefe de una familia creo que ciertos defectos se deben dejar ir.
Nunca hizo algo para que lo aceptáramos como un jefe, siempre trató de dominarnos a través del miedo, y hasta cierto punto funcionó; pero crecimos y dejamos de ver el cuerpo del gigante a través de la sombra de un enano. Aun así, tenemos miedo. Cada vez que lo vemos beber el primer vaso deseamos que ese día no tengamos qué odiarlo otra vez. Cada vez que es de noche y todavía no llega, nos acostamos son miedo. Mi madre teme que la insulte, yo temo que me golpee; mis hermanos tienen miedo de ver a mis padres discutir, igual que yo, y ahora que todos somos mayores, tenemos miedo a que yo lo golpee. Un padre jamás debería ser golpeado por su hijo, pero ¿qué hacer cuando el padre se comporta como el hermano fastidioso? El padre debería ser siempre amado y respetado, como Cristo amó siempre a sus padres; ¿pero qué se puede espera de quien no ama al padre absoluto de todos nosotros?
Cuando éramos niños, cada vez que llegaba a la casa, mi madre apagaba todas las luces y nos decía que nos hiciéramos los dormidos; así no los oíamos discutir tanto. Mi hermana y yo rogábamos porque cada sábado no llegara a la casa hasta el día siguiente, ya sobrio.
Una vez nos escapamos de la casa. Mis padres habían discutido en la calle y él nos trató de encerrar a mis hermanos y a mí en la sala. Nos fuimos con mi abuela y varios días después llegó él otra vez. Como siempre, se disculpó y pidió perdón y juró que nunca iba a volver a pasar. Sería risible si no doliera tanto en el alma cada vez que sucede.
Soy el hermano mayor, he soportado todo lo que podía. Nadie en la vida me ha dañado tanto como él. Ahora siento una paz mental, una tranquilidad de espíritu al saber que  jamás volveré a vivir esto. Espero que el nudo no se desate y el cable no se corte para que no pueda zafarme de lo que voy a hacer. Que nadie escuche mis pataleos y que ningún grito logre salir de mi boca. Adiós, padre. Adiós.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Video para “Todo lo que Sangro”

Hace más de un año tuve serias intenciones de suicidarme. Había puesto una fecha: El 21 de diciembre, el solsticio de invierno. De aquí y escuchando la canción de Savatage, All That I Bleed, fue cómo se me ocurrió la historia (de ahí el título homónimo).
El video tiene básicamente tres personajes: La rosa, que es lo que representa al personaje que escribió la carta; la mujer, que es quien encuentra la carta; y la carta, que es el intermediario entre ellos dos y es quien los une, ya que nunca llegan a conocerse.
Incluso el principio y el fin del video tienen un significado: Al principio, cuando la rosa se encuentra aún en el rosal, el video se atenúa de negro a color; y al final, cuando la rosa cae a la nieve, se desvanece a blanco. Igual que la vida del personaje, el video comienza en oscuridad y termina en luz.
El texto que aparece en el video es un resumen del cuento corto con el mismo título; también envié un resumen por correo como cadena y en este blog se encuentra el cuento completo. La idea del video llegó de repente, y aunque las imágenes que he tenido en mi mente sobre la historia son distintas, es lo mejor que pude hacer con recursos limitados.
Aquí abajo el texto del video.
Disfruten.
XOXO

Alguien recibió una carta el otro día. Era una fría mañana de navidad, y ella había salido por la correspondencia. No tenía remitente e, intrigada, la abrió ahí mismo para saber lo que decía.
Decía que para quien la encontrara, el destino la había puesto en sus manos. Justo en ese momento, justo en ese lugar, esa persona estaba destinada a tenerla. No decía quién la escribía, pero sí decía para qué: En un día cercano, él se iba a suicidar.
Al principio ella creyó que era una broma, pero mientras leía, la intriga que tenía se iba convirtiendo en creencia.
Él explicó el vacío en su vida, cómo siempre había usado un disfraz y simplemente un día decidió quitarse la vida. No le dijo a alguien, no le confesó a nadie lo que iba a hacer, pero la emoción estaba oprimiendo su pecho. Así que tomó un trozo de papel y escribió lo que sentía... Cómo la vida lo había tratado mal y todo lo que amaba se había ido en vano... Y metió todo en una carta, sabiendo que quien la encontrara iba a ser quien tuviera qué entenderlo todo. Escribió un nombre y una dirección al azar, y sorprendentemente la carta llegó. La dirección era la misma y parecía que el nombre lo había tomado de una vieja amiga.
Ella quedó conmovida hasta las lágrimas, era tal una visión tan hermosa de la vida... Sólo que en algún momento él se dio por vencido.
Él escribió que al partir sería libre, como las aves del cielo; y volaría por la eternidad... Todo lo que había sufrido,  todo el dolor que había sentido, en ese momento se iba con él.
Ella pensó en ayudarlo. Si podía salir por la televisión pública, quizá él podría verla. Podía publicar en los periódicos un aviso general, pidiéndole que no lo hiciera. Podía buscar su nombre en el directorio telefónico, podría aparecer... Y hablaría con él como si fueran un par de buenos amigos. Las cosas podrían darse... Ella y él serían amigos hasta que por la voluntad de Dios uno de los dos partiera.
Pero también dio un último grito: Si ella se decidía y su fe era mucha, que le convenciera de que valía la pena vivir. Y daba la fecha de su último día en la tierra: El 24 de diciembre, la víspera de navidad.
Detrás del sobre sólo había una palabra escrita: Esperanza.

Todo lo que Sangro

Todo lo que Sangro
Por William O. Nájera

Alguien recibió una carta el otro día. Era una fría mañana de Navidad, la nieve había cubierto el paisaje la noche anterior dejando una bella postal; la familia se encontraba dentro, feliz, celebrando, y ella había salido por la correspondencia. Al verla notó que no tenía remitente e, intrigada, la abrió ahí mismo para saber lo que decía. Decía que para quien la encontrara, el destino la había puesto en sus manos. Justo en ese momento, justo en ese lugar, en ese día y a esa hora exacta, esa persona estaba destinada a tenerla. No decía quién la escribía, pero sí decía para qué. Quien la había escrito había hecho una confesión: Quien leyera tal carta iba a ser la única persona que supiera la razón de su muerte. En un día cercano, él se iba a suicidar.
Al principio ella creyó que era una broma, pero mientras leía, la intriga que tenía se iba convirtiendo en creencia. Él explicó el vacío en su vida, cómo siempre había usado un disfraz del que nadie se había dado cuenta y simplemente un día decidió quitarse la vida. No le dijo a alguien, no le confesó a nadie lo que iba a hacer, pero la emoción estaba oprimiendo su pecho. Era una emoción demasiado grande para quedarse con ella. Así que tomó un trozo de papel y escribió lo que sentía; cómo la vida lo había tratado mal y todo lo que amaba se había ido en vano… Y metió todo en una carta, sabiendo que quien encontrara esa carta iba a ser quien tuviera qué entenderlo todo. Escribió un nombre y una dirección al azar, y sorprendentemente la carta llegó. La dirección era la misma y parecía que el nombre lo había tomado de una vieja amiga.
Ella quedó conmovida hasta las lágrimas, era tal una visión tan hermosa de la vida… Sólo que en algún momento él se dio por vencido. Él escribió que al momento de partir sería libre, como las aves del cielo; y volaría por la eternidad. Todo lo que había sufrido, todas las penas, todo el dolor que había sentido, en ese momento se iba con él.
Ella pensó en ayudarlo. Si podía salir por la televisión pública, quizá él podría verla. Podía publicar en los periódicos un aviso general, pidiéndole que no lo hiciera. Podía buscar su nombre en el directorio telefónico, podría aparecer (aunque él no lo había escrito, ella ya se lo había imaginado); y hablaría con él como si fueran un par de buenos amigos. Las cosas podrían darse… Ella y él serían amigos hasta que por la voluntad de Dios uno de los dos partiera. Aunque no conocía siquiera su nombre, ella realmente se había preocupado por él. No había escrito cuándo iba a partir, sólo decía que antes de comenzar el año nuevo; quizá aún había algo de tiempo. Quizá…
Al final de la carta había un último deseo: Que quien recibiera esa carta jamás se lo contara a alguien. Sería como su pequeño trato, su pequeña complicidad. Era un secreto que él compartiría por siempre con ella, a quien jamás había conocido, pero la eternidad los había unido para siempre. Pidió respeto y exigió que se respetara su última voluntad. Pero también dio un último grito: Si ella se decidía y su fe era mucha, que lo salvara y le convenciera de que valía la pena vivir. Aunque no lo pareciera, él quería vivir. Y daba la fecha de su último día en la tierra para que quien tuviera la carta en sus manos lo buscara. Ese día, al caer la tarde, él dejaría todo atrás. Antes de ese día aún había tiempo suficiente. Ese día había pasado ya: El 24 de diciembre, la víspera de Navidad.
Ella soltó  un par de lágrimas, las dejó caer al suelo pensando que podía haber hecho algo antes, pero también sabía que no era su culpa, el correo había llegado ese día. En su duelo ella trató de culpar a todos: Al servicio postal, a sí misma, a él por haber tomado esa decisión tan absurda... Pero luego recapacitó; todos habían sido víctimas de las circunstancias, no era culpa de nadie.
Así que sólo sonrió pensando en lo que él había escrito: Que sería libre como las aves del cielo. Y guardó la carta en su abrigo; lo que había leído jamás a alguien lo diría, pero ella lo recordaría por siempre. Guardaría en su mente la impresión del amigo a quien había conocido un día después de dejar este mundo, pero que la acompañaría por siempre.
El viento sopló y ella ajustó su abrigo. La carta salió del abrigo y se fue volando con el viento. Ella trató de alcanzarla, pero la carta ya iba muy arriba. No se enfadó con el viento, sólo sonrió. La carta había volado al cielo, igual que su escritor.
Así que sólo limpió las lágrimas de sus ojos para que no notaran que había estado llorando y entró a su casa a pasar el día de Navidad con su esposo y sus hijos. Tuvieron una linda Navidad ese día.
Cerca De ahí, en las ramas de unos árboles viejos, la carta descansaba en paz entre la nieve. Detrás del sobre sólo había una palabra escrita: Esperanza.