¿Cómo puede él odiarnos tanto? Supongo que no somos lo que él quería. Bueno, yo tampoco quise nunca un padre alcohólico.
Cuántas veces lo he oído decir que daría su vida para que yo no muriera. Completa mentira. Daría su muerte, no su vida, porque eso no implica alguna responsabilidad. Que me ama, que soy a quien más quiere, que siempre quiso un hijo… Mentira tras mentira. Cada día que está ebrio siento cómo muero un día antes. Cuántas veces me prometió que no volvería a tomar… Es increíble cuánto cambia cuando se emborracha.
No siento bien al hacer lo que no quiero sólo para llevarle la contraria, pero no hacerlo es aun peor. Pelear con él no arregla nada. Hablar con él, tampoco. Tratarlo con amor o con odio, el resultado es siempre el mismo. Su único amor es una botella.
Es desgastante la vida con él. En cinco minutos creo haber vivido cinco años en miseria. Aunque tengo sólo veinticuatro, creo haberme vuelto más viejo que él mismo.
Dice que su padre también era alcohólico, ¿qué no aprendió la lección? ¿O acaso es una más de sus mentiras? ¿No recuerda el dolor, el sufrimiento, la tortura de ver a su madre maltratada? ¿No recuerda a su padre hacer el ridículo día tras día, una y otra vez sin cansancio? ¿Y qué hay peor para un niño que ver a su padre derrumbado, vencido por la bebida, golpeado por gente más débil que él físicamente, pero moralmente superior?
Creo que todo lo que nos daña es por salvarse. Los ahogados patean y rasguñan a cualquiera cerca de ellos. Los enterrados vivos gritan, golpean, lloran y maldicen en su desesperación. Yo lo veo ahogarse cada día en una botella de tequila o de cerveza. Y yo… Bueno, creo que yo soy el enterrado vivo. Lo que muchos ignoran es que a veces los ahogados ahogan a otros por salvarse, aunque mueren de todas maneras. Lo oigo drogarse cuando su embriaguez no es suficiente. Supongo que los enfermos terminales también necesitan anestesia. Me cuenta sus historias de logros y triunfos en la vida tratando de hacernos creer que su vida no es tan miserable. Dios, ¿cómo puede alguien mentir tanto? Y en sus logros reales lo he visto fracasar uno tras otro por culpa del alcohol. ¿Por qué cuando no está ebrio, que se supone está en sus cinco sentidos, no se siente tan grande, tan valiente y triunfador? Quizá porque así conoce sus limitaciones.
Dice que también él odiaba a su padre y peleaba contra él. Dios, ¿me iré a convertir en alguien así? Espero que no, pero la vida me está orillando más y más hasta que vagamente me parezco a él. Dios… Lo debo detener.
Convertirme en un alcohólico no sería tan malo si no tuviera a una familia a quién dañar o alguna esposa a quién ofender, pero la esperanza de tener una esposa y formar mi propia familia ya la he perdido por completo.
Pero aun así trato de ver lo positivo de las cosas. Cuando se embriaga e insulta a mi madre, me siento bien mientras él me ofende. Es como si recibiera las balas por ella. Siempre la insulta con su diabetes y su trabajo, igual que un niño enojado… Es sólo que los niños no tienen maldad. Le dice que tiene una amante que lo trata bien y que lo ama, que es más bella y no una gorda diabética. Siempre me echa en cara lo inútil de mis esfuerzos por ayudar en la casa, fingiendo ser el gran proveedor que mantiene una familia y que puede comprarse lo que quiera; nos grita a todos, diciéndonos fracasados sin darse cuenta de que él con su alcoholismo es el gran perdedor, perpetuando su estúpida megalomanía en las frases que ya hemos oído hasta el cansancio: No eres nadie, tú no existes…
Recuerdo que cuando era niño solía decir que yo jamás tomaría, que nunca me emborracharía y que jamás sería como él. Ahora todo ha cambiado. Mi vida ha fracasado, mis estudios se perdieron y la única falla que encuentro en todo esto es él. Buenos cimientos hacen una buena casa, ¿pero qué clase de cimientos se podrían esperar de alguien que no se ama ni a sí mismo? Cada trago ha hecho de nuestros cimientos arena movediza.
No sabe cuánto nos ha dañado a todos, y seguro se pregunta por qué nos alejamos tanto de él, pero decírselo una vez más como muchas otras veces seguro no haría alguna diferencia. Todavía diría que no es su culpa. Otra vez preferiría culpar a todos los demás, siempre aclamando que esta es su casa y que él hace lo que quiere, pero cuando se acepta ser jefe de una familia creo que ciertos defectos se deben dejar ir.
Nunca hizo algo para que lo aceptáramos como un jefe, siempre trató de dominarnos a través del miedo, y hasta cierto punto funcionó; pero crecimos y dejamos de ver el cuerpo del gigante a través de la sombra de un enano. Aun así, tenemos miedo. Cada vez que lo vemos beber el primer vaso deseamos que ese día no tengamos qué odiarlo otra vez. Cada vez que es de noche y todavía no llega, nos acostamos son miedo. Mi madre teme que la insulte, yo temo que me golpee; mis hermanos tienen miedo de ver a mis padres discutir, igual que yo, y ahora que todos somos mayores, tenemos miedo a que yo lo golpee. Un padre jamás debería ser golpeado por su hijo, pero ¿qué hacer cuando el padre se comporta como el hermano fastidioso? El padre debería ser siempre amado y respetado, como Cristo amó siempre a sus padres; ¿pero qué se puede espera de quien no ama al padre absoluto de todos nosotros?
Cuando éramos niños, cada vez que llegaba a la casa, mi madre apagaba todas las luces y nos decía que nos hiciéramos los dormidos; así no los oíamos discutir tanto. Mi hermana y yo rogábamos porque cada sábado no llegara a la casa hasta el día siguiente, ya sobrio.
Una vez nos escapamos de la casa. Mis padres habían discutido en la calle y él nos trató de encerrar a mis hermanos y a mí en la sala. Nos fuimos con mi abuela y varios días después llegó él otra vez. Como siempre, se disculpó y pidió perdón y juró que nunca iba a volver a pasar. Sería risible si no doliera tanto en el alma cada vez que sucede.
Soy el hermano mayor, he soportado todo lo que podía. Nadie en la vida me ha dañado tanto como él. Ahora siento una paz mental, una tranquilidad de espíritu al saber que jamás volveré a vivir esto. Espero que el nudo no se desate y el cable no se corte para que no pueda zafarme de lo que voy a hacer. Que nadie escuche mis pataleos y que ningún grito logre salir de mi boca. Adiós, padre. Adiós.